Dice el diccionario que Educar es: Dirigir, encaminar, adoctrinar/ Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales de una persona/ Desarrollar los sentidos o las fuerzas físicas por medio del ejercicio/ Enseñar urbanidad y cortesía.
Pero, ¿Es esto educar?
De alguna manera, sí, porque cuando llego al mundo lo hago “encaminado” por una carga genética, una familia, una sociedad, un estatus social, etc. Desde el momento del nacimiento, o incluso antes, mi madre y mi padre ponen en mí una serie de expectativas, de mí se espera…
Me van “dirigiendo”a través de mensajes: “Te acepto si”, ”Si te portas así no te va a querer nadie”, etc. etc.
Encaminan mis pasos hacia donde se supone que debo ir, me dicen cuál es el camino correcto.
Me adoctrinan dándome un código moral, diciéndome lo que está bien o lo que está mal. Y me dicen cómo me tengo que comportar si soy hombre y cómo lo debo hacer si soy mujer.
Luego voy a la escuela, al colegio y allí se supone que me ayudan a desarrollar y perfeccionar mis capacidades intelectuales.
La televisión y las nuevas tecnologías también me educan de acuerdo a los valores imperantes, y hacen que mis sentidos se desarrollen unos más que otros y de una manera que parece plural, pero que responde a un pensamiento único.
Y, aunque ya no se lleva eso de la urbanidad y la cortesía, todos los agentes educativos citados, empezando por la familia, me enseñan de qué manera debo comportarme al relacionarme con los demás, cómo debo ir vestido, cómo y qué debo comer, etc. en los diferentes ámbitos de la vida.
Y ante todo esto ¿Yo qué hago?
Solo hay dos caminos: Me adapto o me rebelo.
La sumisión y la rebeldía son las dos caras de la misma moneda, son los dos extremos de una polaridad, son el precio que yo pago por ser querido, por ser aceptado, por ser amado.
El problema es que aunque mi entorno me haya educado con la mejor intención posible, y me haya trasmitido muchas cosas que son realmente positivas para mí, pocas veces se me ha tenido realmente en cuenta. Y casi siempre se crea un abismo entre lo que yo íntimamente quiero y necesito y lo que me dan, o lo que me dicen que tengo que hacer, o lo que me indican que me tiene que gustar.
Se da una enajenación, pues yo, para que me quieran, me comporto como me han educado y no como necesito o quiero hacerlo. Y transito los caminos que me han mostrado y no los que yo quiero transitar.
Y, aunque casi nunca soy consciente de todo esto, siempre hay algún síntoma más evidente o sutil que se puede manifestar en mi cuerpo y/o mi sentir más profundo que me hace percibir que algo no va bien, que hay una disfunción.
Todo esto ocurre cuando me educan, pero ¿Cuando soy yo el que educa? ¿Qué ocurre cuando soy padre, madre o educador en cualquiera de los ámbitos formales o no formales?
Lo que sucede es que tiendo a reproducir el esquema descrito arriba y pongo en el niño o niña toda una serie de expectativas y modos de andar por la vida que no son sino fruto de mi “mala” educación y de mis frustraciones y necesidades no cubiertas.
También en este proceso de educar a otros aparecen síntomas más o menos evidentes o sutiles, más o menos conscientes, que me hacen barruntar que algo no va bien, que algo falla, aunque la mayoría de las veces no sé ¨leer¨ estos síntomas.
Y aquí es cuando entra en juego la Terapia Gestalt.
A la Terapia Gestalt se le denomina muy acertadamente, desde mi punto de vista, la terapia del “Darse cuenta”.
Es una herramienta muy valiosa, que tiene en cuenta a la persona en su totalidad, en todos sus aspectos, tanto el ámbito físico, como el emocional, el instintivo y el espiritual, y que parte de lo que le sucede Aquí y Ahora. Este abordaje ayuda a que la persona tome conciencia de sus necesidades y de sus deseos, de sus dificultades y resistencias para ver esos síntomas evidentes y/o sutiles que se manifiestan en mí pero que pasan desapercibidos porque no sé leerlos, no sé escucharlos, no sé cómo aprender y aprehender lo que me quieren decir.
Partiendo de lo que me sucede en este momento, como persona adulta, la Terapia Gestalt me ayuda a llegar y a conectar con el niño o niña que fui y que llevo dentro de mí.
Cuando esta conexión se da puedo ver y sentir mi dolor, percibir y vivenciar de qué está hecho, cuáles fueron mis necesidades reales y cómo se cubrieron, cuáles fueron las expectativas que pusieron en mí, por qué caminos me hicieron transitar, cómo me enseñaron, cómo me educaron, qué huella ha dejado todo esto en mí, cómo respondí yo a todo esto, qué hice, qué pude hacer…
¿Me situé en la sumisión? ¿Caminé por la senda de la rebeldía? ¿Fui sumiso y rebelde a la vez?
Porque todo lo que fui, lo sigo siendo. Tal como me educaron así seré yo cuando eduque. Solo siendo consciente de cómo me educaron, podré darme cuenta de cómo educo yo.
Cuanto más vea a mi niño o niña, cuanto más lo escuche, cuanto más lo tenga en cuenta y aprenda de él, más oportunidades me daré para reaprender y reeducarme como persona adulta, más opciones y más luz tendré para saber por qué caminos quiero transitar, cuáles me llevan a mí y cuáles me enajenan, cuáles me ayudan a ver mis necesidades, mis lagunas, mis fallos, cuáles me hacer ver mi fuerza y mi vulnerabilidad, mis miedos… todos estos aspectos que me conforman como persona única y especial.
La Terapia Gestalt es, como decía antes, una muy buena herramienta para conseguir todo esto, porque la Gestalt no comparte esta visión reduccionista de lo que es educar que nos da el diccionario.
Para las terapias humanistas en general y para la terapia Gestalt en particular la educación es mucho más.
Estas terapias parten de la concepción de que el niño y la niña no son cuencos vacíos que hay que llenar de conocimientos, normas, expectativas, mandatos, valores…
No, El niño o la niña al nacer ya es un ser completo que tiene conocimientos, capacidades, instintos y sentimientos en estado embrionario.
La labor educativa de los adultos que están con este niño y esta niña, es acompañarles, alimentarles física, psíquica y espiritualmente, poner a su alcance los instrumentos y herramientas que permitan que estas potencialidades que ellos tienen al nacer no mueran, no se frustren, no se perviertan, sino que vivan y se muestren con plenitud.
Es decir, que la persona adulta, estando en contacto con ella misma, con su alma, pueda ver el alma de la criatura que ha venido al mundo a través de ella. O que es la personita con la que trabaja cada día y apoyarla poniéndose a su nivel, y no al revés, para que ella vaya desarrollando lo que ella ya sabe y tiene en su interior y pueda relacionarse con el medio que le rodea de una manera satisfactoria.
Para acabar querría mencionar un concepto genuino de la Terapia Gestalt, que tiene mucho que ver con esta concepción de la sabiduría intrínseca e innata que tiene toda persona al nacer, me estoy refiriendo a la “Autorregulación Organísmica”.
En dos palabras se podría decir que la Autorregulación Organísmica es el proceso a través del cual los seres vivos se adaptan a su ambiente y satisfacen sus necesidades fisiológicas, afectivas y espirituales. Y tiene dos fases: a) Darse cuenta de la necesidad, b) Hacer lo pertinente para satisfacerla.
La posibilidad de que yo me mantenga vivo física, psíquica y espiritualmente depende básicamente, pues, de dos cosas: de mi capacidad de darme cuenta y de mi capacidad de actuar sobre el medio de forma efectiva.
La patología, la perversión, el enajenamiento, la enfermedad… surgen cuando se interrumpe el proceso de esta inercia sabia e innata de autorregulación.
Eduquemos, pues, a nuestros hijos e hijas, a nuestro alumnado. Tengamos en cuenta que el centro y el sujeto del proceso educativo son ellos y ellas, y no los adultos ni los intereses espurios de una sociedad enferma al servicio no del individuo sino de los que manejan los hilos del poder.
Pongamos, pues, todo lo que está en nuestras manos para que, los que nos suceden en el rio de la vida, desarrollen su sabiduría primigenia, para que pongan en marcha sus mecanismos de Regulación Organísmica, para que se den cuenta de lo que realmente quieren y necesitan, y para que busquen los medios para ser felices y estar en paz con ellos mismos, con la naturaleza y con las personas que le rodean.
Que así sea.
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